sábado, 25 de agosto de 2012

De qué hacer cuando no hay nada que hacer


No es la primera vez que nos lo dicen: en Smara no hay nada que hacer. Quizá ahora encontramos a gente porque han venido por Ramadán, porque en agosto hay vacaciones. Pero en unos días, todo el mundo irá a Rabat, El Aaiún, Agadir, Marraquech,... huyendo, literalmente huyendo, de la desidia de esta ciudad. Ayer, los del grupo avanzado, nos dijeron que llevan seis años aprendiendo español porque tampoco tienen mucho más que hacer; y me asombra porque tienen un dominio perfecto de una lengua con la que jamás han convivido: el profesor de la academia privada es marroquí, nunca han viajado a España, aunque todos querrían hacerlo. Pero hablan por los codos.

Cuando les preguntamos que hacen aquí en Smara, siempre es la misma respuesta: comer y dormir. No hay cine, teatro, ni parques, ni playa, ni sitios a dónde ir ni cosas que hacer. Hay una piscina, pero está cerrada. Cuando no comes y duermes, vas a la mezquita y si no, ves la tele en casa. Hay bares, eso sí, muchos bares... a los que solo pueden ir los hombres (y Carmen y yo, claro; para nosotras no funcionan las mismas reglas). Para las mujeres lo único que no es vergonzoso (tal cual nos lo contaban) es ir a una pastelería, de esas en las que luego te puedes tomar un zumo dentro.

Occidente está lleno de ocio: no te puedes aburrir, de hecho... ¡qué feo parece aburrirse y qué largos se nos hacen los domingos sin planes! Pasamos el tiempo haciendo cosas, consumiendo cosas, sin pensar en exceso. En Etiopía tuve la misma reflexión: una vez que terminas tu jornada, solo te sientas a esperar que termine el día y vuelta a empezar. Pero esto no es Etiopía: el norte de Marruecos está más desarrollado, hay turismo, estudian, trabajan, viajan, tienen móviles táctiles con internet. Y se frustran. Ayer decía una de ellas: si tienes trabajo aquí, pasas tu tiempo en él; si no lo tienes, solo pasas tu tiempo hasta el día siguiente. Para muchos venir aquí es como para nosotros ir al pueblo... Solo que rozando los 50º.

Daidda nos cuenta que eso también está generando un problema de alcoholismo en la población (pero ssssshhh... que Allah no se entere), porque nadie tiene nada mucho mejor que hacer. Daidda sigue soñando con el turismo que va a traer hasta Sáhara Occidental cuando tenga su licencia de guía (y dinero, pero claro, para eso necesita un trabajo... y entonces empieza el círculo vicioso de quien no encuentra una salida). Dice que estuvo sin presentarse a una misma asignatura de su carrera durante años, por prolongar su estancia en Agadir, porque le daba terror volver a Smara (y está aquí ahora porque no pasar Ramadán en familia es como no volver a casa por navidad).

Lxs niñxs se aburren. Mucho. Tampoco nadie hace nada con ellxs: algunos juegan en las pistas de fútbol, otros hay en los recreativos (niños, todos; las niñas es otro cantar). Todxs se pasean por el zoco, se sientan en las aceras, se toman un helado (rápido; antes de que se derrita). Daidda dice que le gustaría hacer cosas para los niños. En verdad, a todxs les gustaría cambiar la rutina, darle más emoción a los días, tener cosas que hacer... Y nosotras, quizá con mucha ingenuidad, les decimos que entonces, hagan algo.

Pero, no es tan fácil no. Smara es muy conservadora, todo el mundo sabe qué hace el resto, quién está con quién, dónde va cada unx... Como en provincias, vaya. A lo que añades, además, que si eres mujer aún tienes menos posibilidades de hacer cosas. Para variar.

Los cambios no son fáciles, pero son posibles. Como siempre ha pasado y pasará. Poco a poco y sin miedo, pero ¿cómo hacerlo desde la represión, desde una religión que domina todo, con la mitad de la población anulada? Cambiándonos nosotrxs mismxs, quizá, sea un buen comienzo: creyéndonos que podemos ser el cambio. Quizá, en algún momento, aquí también crean en el cambio y en que, ya ves, las cosas no siempre tienen que ser como dios manda. 

De la intimidad y las cosas que se acaban (o empiezan)


Cuando estuve en Agadir, el profesor de árabe de allí nos dijo que en esta cultura el concepto “intimidad” no existe, o no lo conocen, o no les dice nada. En las rutinas, en el día a día, también se descubren choques culturales como este: ¿cómo explicarles que no nos pasa nada aunque queramos estar solas? Carmen y yo buscamos momentos para andar y caminar las dos, sin nadie que nos guíe, ni que nos acompañe, ni que nos ate de un modo u otro. Ya lo vamos consiguiendo: sabemos el camino a los sitios, sí, no os preocupéis; hace calor, claro.... pero bueno, hace calor en todas partes. Nos vamos a caminar porque necesitamos movernos, entrar y curiosear... Al final son ellxs, todxs, los que están superando su miedo y su preocupación a que nosotras estemos solas por la ciudad. La gente de las calles por las que siempre pasamos ya nos conoce, la policía poco más y nos saluda, nos conoce el de la tienda, los de la cafetería donde ya nos hemos sentado a tomar algo un par de veces, los vecinos... y algún que otrx niñx que aprovecha la ocasión para llamarnos y hablarnos en francés.  También empezamos a formar parte de su rutina, aún con nuestros hombros y piernas al aire, aún con nuestro descaro de sentarnos en las terrazas y de caminar por las aceras ante la presencia masculina. Aún con mi árabe chapucero, que les saca más de una sonrisa.

Hoy hemos cenado en la azotea de un pequeño bar mientras oíamos las celebraciones de todos y cada uno de los goles que se han marcado en el partido del clásico. Qué bobada, pensamos nosotras, es como sentirse en casa, como escuchar los de la eurocopa, como tratar de escapar de algo (porque a ninguna nos gusta el fútbol) y encontrarlo donde una menos nos lo esperamos.

No puedo dejar de repetir que lo mejor sigue siendo la noche. Hoy hemos estado hablando con nuevos estudiantes y mañana inauguramos el quinto grupo de español: para la gente que ya sabe hablar y tiene unas ganas locas de practicar a un nivel más avanzado. Algunos se han enterado del proyecto porque el otro día vino la tele a grabarnos y nos han dado difusión. 30 minutos nos piden nada más. Vale, perfecto: empezamos mañana el grupo de conversación avanzada.

Reconozco que empiezo a sentirme muy cansada. Reconozco que echo un poco de menos Salamanca, que tengo ganas de piscina, de temperaturas razonables. Empiezo a notar los 20 días sin cama, el calor, el ayuno, la sed continua... Noto que el cuerpo me pide vacaciones y descanso. Pero ¿qué son 30 minutos más al día? ¿Qué pinta el cansancio aquí, cuando presiento que este proyecto tiene tanto futuro como ilusión le ponen cada día nuestros estudiantes, desde el más pequeño hasta el más mayor, desde la primera a la última fila de bancos?

Empiezo a tener ese cruce de sentimientos de quien sabe que llega el final de algo... Ya es solo una semana lo que nos queda. Los estudiantes preguntan cuándo nos vamos y cuándo vamos volver. Pronto, seguro. Y si no vengo yo, haré todo lo que pueda para que lo antes posible vengan profesores de español para seguir regando la semilla que ya hemos plantado. Pero yo volveré pronto, seguro, en cuanto pueda. Volveré porque aquí es fácil sentirse como en casa, porque le debemos mucho a mucha gente: las personas que se esfuerzan en enseñarnos Smara y el desierto, el té de las colinas, las melfas, el grupos de chicos a los que llamamos amigos, las puertas siempre abiertas, las risas con Salka y sus hermanas, y, hasta hoy, me siguen llegando regalos de cumpleaños. Regalos que ni esperaba. Y, al final, se nos desbordan los agradecimientos y la certeza de que está mereciendo la pena pasar aquí un agosto de calor y ayunas.

Como dice la canción, los principios suelen estar donde tú los dejas . Y ahí seguirán, para retomar lo que ya está empezado. Por ahora, nos quedan algunos días más por delante: clases, evaluación de proyecto, grupos de trabajo para que nos ayuden a definirlo, desierto... y el 30 a El Aaiún, porque hay reunión de Alter Forum y quieren que estemos ahí.

Y con los agradecimientos y el cansancio, los regalos, el clima del desierto, los grupos, las sonrisas e incluso las mañanas de letargo, me inundo de sueños :)

De los días (y años que pasan)


Volvió el calor. Un calor que no para, con ese aire caliente que no desaparece ni por la noche. 48º por el día, 45º por la noche... Las mañanas largas y calurosas y las tardes de siestas dejan, como siempre, paso a las noches de compañía y planes. Y empezamos a dormir al aire libre, mirando las pocas estrellas de Smara antes de que el amanecer, las moscas y el calor nos impidan el sueño.

Volvió a saltar la chispa con Ali, que intenta cortarnos las alas y nos negamos. En rotundo. Así que otras familias nos abren sus puertas para que podamos descubrir Smara sin cuerda ni correa. Y así empezaron mis 26: con mucho calor y sin luz por un apagón, bronca con Ali (y posterior mal sabor de boca al tener la sensación de que metemos en líos a otra gente) y cena a la luz de las velas en casa de Jafida, donde nos refugiamos hasta el día siguiente, tranquilas, seguras y felices. La próxima vez que vengáis a Smara, nos dice, quedaos en mi casa; Ali hace un problema enorme de algo que no lo es, y arrastra a Salka con él. Aquí lxs niñxs salen solos por las calles, no pasa nada... y menos pasará con vosotras: la policía vigila cada uno de vuestros pasos ¿creéis que no saben que esta noche estáis en mi casa? Así que, relax, que es imposible que os perdáis, sois las únicas blancas por aquí. Relax. Ali es un buen hombre, claro, pero quizá algo mayor y no sabe gestionar estas situaciones.... su protección se convierte en sobre protección. Ante nuestras caras, Jafida no dejaba de repetirlo: relax. Jafida es la hermana de dos de mis estudiantes y su casa ya es la nuestra.

Por mis 26, estrené falda de la India, llevé pastas para compartir con todos los estudiantes y Salka me hizo una tarta de chocolate, que nos comimos entre todxs al terminar las clases. Me ponen 23 años en velas... Yo me río y Ali dice, para salvar la equivocación, que es por la costumbre de las mujeres de restarse 2 años cada vez que dicen su edad. Bueno, en mi caso me habéis restado 3. ¿Cumples 26? Sí, 26. Y no me importa, que los 26 los llevo tan bien como llevé entonces los 23 :)

Pero ya son 26 y asustan mucho más que los 23. Ya se está más cerca de los 30 y parece que cada paso es aún más definitivo. Aunque, como dice mi madre, los caminos son de ida y vuelta y nunca es tarde para tomar otra dirección. Tengo 26 y me gusto así, tal y como voy eligiendo mis pasos, afortunada como me siento de estar donde quiero estar, de aprender de todo lo nuevo que me pasa y de hacer cosas que me ayudan a crecer, teniendo a mi alrededor todo lo que necesito y a quien me hace feliz y a quien quiero. ¿Qué más se puede pedir cuando se está más cerca de los 30 que de los 20?

Terminó el día en la azotea de una de las hermanas de Salka, otra vez todas juntas compartiendo cena y tés. Y bailes, muchos bailes hasta las tantas. Viviendo uno de esos momentos en los que los continentes se juntan y nos hacemos una con el resto, porque ni las canciones, ni los ritmos, ni las risas de las mujeres tienen límites cuando se juntan y se desbordan. Terminamos el día durmiendo otra vez al aire libre entre melfas de colores, repletas y llenas de desierto, llenas de buenos momentos y de buena compañía.

domingo, 19 de agosto de 2012

Del miedo


Esta noche hemos ido con los estudiantes a una colina a beber té y nos hemos reído mucho, muchísimo. Definitivamente iremos al desierto la semana que viene, cuando (por fin) termine Ramadán. Son Hassan, Daidda, Salem, Alin y Ahmed, 25-30 años, licenciados y saharauis. En septiembre irán a Rabat y a Marraquech a hacer sus masteres y doctorados. Nos cuentan que van cada noche a la colina, donde corre algo de fresco, porque en Smara no hay nada más que hacer, dicen. No hay cine, no hay lugares de ocio, no hay donde estar. Nos cuentan que, en realidad, para ellos es cierto riesgo estar con nosotras, no es tan fácil: sois las únicas extranjeras aquí y nosotros somos saharauis; si nos ven con vosotras, nos pueden parar y preguntar y... Uno de ellos, Daidda, está esperando a que le envíen su acreditación de guía turístico, única opción que le blinda para no ser interrogado por la policía si está con extranjeros. Les pregunto por qué no buscan trabajo fuera y dicen que Smara es su tierra, y aquí se quedan, aunque sea en paro. Y aquí es donde tienen que construir su alternativa.

Hoy Ali nos decía que aquí no te puedes meter en política, que es un acoso continuo al saharaui. Fuera nadie se acuerda de los que se quedaron en el Sáhara Occidental y aguantan, silenciados, la represión marroquí. El gobierno no permite que llegue hasta aquí la ayuda internacional, hay que hacerlo todo bordeando la línea, que no se note mucho, pero hacerlo. Smara no es una ciudad muy grande pero tiene cárcel, un despliegue policial importante, militares y cantidad de edificios del gobierno. Para que nadie olvide dónde está y a quién pertenece.

Pero con miedo no se puede hacer nada. Ali no quiere saber nada de política porque sus proyectos, (la fábrica de cus cus, el programa de español, el campamento en El Aaiún de hace cuatro años) no saldrían adelante. Aquí hay dos bandos, nos cuenta, y es mejor que te dejen hacer lo que tú quieres; al final, todos nos conocemos las caras pero en la medida de lo posible, nos conviene hacer las cosas bien, para que las autoridades no nos atosiguen.

Igual no es justo que esté hablando del miedo cuando, afortunadamente, lo he sentido en contadas ocasiones. Y me da por pensar en los muchos miles de millones de personas, aquí y en cantidad de rincones, que se han acostumbrado a vivir con miedo, a saber que cada paso que dan puede ser castigado, juzgado, puede ser un problema. Mis abuelxs saben mucho del miedo, mis padres también, pero mi hermano y yo no lo hemos conocido hasta muy tarde, y ni siquiera el mismo que ellxs pudieron sentir. Aunque quizá, tal y como están las cosas, lo empecemos a sentir ahora.

Pero con miedo no se llega a ninguna parte. También se lo decimos a Ali y a su obsesión por meternos en una burbuja: con miedo no hubiera llegado hasta aquí, le digo, me hubiera quedado en casa por temor a los secuestradores; con miedo, no hubiera venido sola. Y no soy más valiente que nadie, pero un día decidí que el miedo no era suficiente excusa para paralizarme. Quizá es que tuve la suerte de vivir en un lugar sin miedo, en una época sin miedo. Pero no hay duda de que las mejores experiencias, las que te cambian, son las que más valor te exigen.

Hoy mis dos alumnas de la clase de hombres me han regalado una melhefa: amarilla con soles naranjas. Por estas cosas una llega hasta aquí, supera el miedo y el calor y se planta a dar clase en el desierto. Por noches como hoy, de compartir tés y risas, merece la pena abrir los ojos y el corazón y sentirse como las personas que viven a cientos de miles de kilómetros de ti. Por estas cosas, el miedo se queda pequeño... 

sábado, 18 de agosto de 2012

De la valentía


Quedan dos días de Ramadán. Solo dos. El calor empieza a dar tregua y se respira mejor. Carmen llegó y con ella me multipliqué; reconozco que cuando estoy sola, me hago un poco más pequeña. Ahora ella está en la fase en la que yo empecé: luchar por sobrevivir en este calor que te duerme y entender esta rutina al revés... Todo el rato me repite: no sé qué me pasa, estoy como que no me entero. Y yo sonrío (en verdad me alegro, un poco... al final va a ser que no soy yo tan floja) y le digo que es normal, que tiempo al tiempo. Hoy, juntas, hemos ayunado. Y juntas, es más llevadero. También tiene que lidiar con ese aburrimiento diurno, ese no saber qué hacer, ese no hacer nada. Pero pasar el tiempo en compañía, se hace más liviano.

La energía y la fuerza siguen. Conseguí, por fin, que Ali viera las ventajas de que mujeres y niñxs estén separados. Mañana inauguramos el cuarto grupo de español: el infantil. Ya son cuatro clases las que estamos dando, a casi 60 personas. Por la noche, nos desbordamos de la alegría.

Ali se ha revelado ahora como pare-tutor-represor. Y por ahí sí que no paso. Puedo admitir el aburrimiento, el que insista continuamente para que coma, incluso admito comer carne o que trate de convencerme de que Allah es el mejor. Pero no admito que nadie me robe ni un poco de independencia. Algunos de mis estudiantes me ofrecieron hace tiempo ir a tomar algo (léase té y leáse en el salón de una casa; aquí no hay muchas opciones de ocio, y mucho menos si eres saharaui y vas acompañado de dos españolas) y, anoche, fuimos con algunos de ellos. Para disgusto de Ali y posterior discusión.

Así que esta tarde hemos tenido la primera bronca: no, Ali, no eres ni mi padre ni mi madre; y a ellos hace mucho que no les pido permiso para hacer nada (tengo unos padres que, afortunadamente, me enseñaron muchas muchas cosas y, entre ellas, a ser independiente, crítica y a saber conducirme). No nos controles, salimos y entramos cuando queremos porque, si no, esto no va a funcionar. Hemos llegado solas hasta aquí y solo nosotras decidiremos con quién salimos y hasta qué hora. Es por vuestro bien, dice. No, Ali, no... No somos niñas, no hace falta que veles por nuestro bien ni que te hagas responsable de nosotras..

Y de repente, se cruzan entre nosotros siglos de distancia. Y empiezo a sentir mínimamente lo que es ser mujer en ciertos sitios; lo que supone que alguien se sienta autorizado a mandar sobre ti porque opina que no eres capaz de conducirte como te da la gana. Y empiezo a sentir mínimamente lo que es que te infantilicen de una manera tan descarada. Y empiezo a sentir solo una ínfima parte  que me roban el criterio y que tengo que luchármelo, solo porque, como mujer, soy incapaz. ¿Por mi bien? No, Ali, no...

Pero los días siguen, y a pesar de los roces con él, nosotras también vamos adelante. Hemos llegado hasta aquí, el proyecto es un éxito, somos dos y yo ya rozo la veintena de días en Smara. La confianza crece: confianza en la ciudad, en la gente que nos rodea, en salir, en descubrir, en hablar en árabe, en el proyecto, en los alumnos. Y en Salka. Mi Salka. Ayer se plantó ante su novio porque la quiso controlar más de la cuenta (y mi vida es mía, me dice); y porque él, cobarde, la lleva en secreto. Ella le ha dicho: yo no miento, ni tengo miedo.

Como me escribió mi madre: “el mundo se construye con personas como ella, valientes y seguras de sí  mismas ». Cuánto valor de Salka hace falta y cuánto por aprender de ella. Qué bueno es encontrar tesoros así, aunque haya que cruzarse el desierto y pasar un ramadán entero bajo el sol.

jueves, 16 de agosto de 2012

Del viento y la risa


Después de los días de bajón, me fui recuperando poco a poco, aunque he terminado por hacer mía esta rutina del sueño, el té y el calor. Duermo, de verdad que duermo mucho. Me da un poco de pena porque durmiendo una se pierde muchas cosas, pero con este calor y con esta poca comida, poco se puede hacer.

La noche es distinta, sin duda. Todxs nos espabilamos y desde ayer sopla un viento fresco que da gusto. Desde los pisos altos de la fábrica, parece que se respira el desierto entero. A pesar del calor intenso, el desierto regala este tipo de cosas: el viento, en toda su plenitud. La gente aquí se suele ir de camping al desierto, por la noche; uno de mis estudiantes me ha dicho que han estado hablando para llevarme, inshallah, con ellos alguna vez. Pues eso, si dios quiere, pisaré otra vez la inmensidad del desierto y sus dunas, como tuvimos la suerte de hacerlo en El Aaiún, cuando nos perdíamos en los todoterrenos y nos daba por cantar eso de “y deja que te lleve el viento hoy a ver el mundo entero...”.

La segunda hora de clase, la que es eminentemente masculina, está llena. Hoy han ido como 6 personas más (menos mal que llega mañana mi refuerzo, Carmen, y juntas podremos dar mucho más abasto). Y estoy feliz. Ellos son un poco más espabilados que ellas; muchos van a la universidad y algunos estudian inglés, y se nota. Pero se les ve pletóricos porque ya se ven capaces de tener conversaciones en español, aunque sea solo en presente. Creo firmemente en todo lo afectivo en la enseñanza, porque los logros en poco tiempo son inmensos: ves a tus alumnxs que se expresan, felices en otra lengua, confiadxs, sin miedo al error, y con ganas, ganas y ganas.

Esta noche he hablado con Ali algunas cosas del futuro, inshallah, proyecto de español en Smara, como, por ejemplo, si agosto sería el mejor mes, si no considera oportuno hacer un grupo de niños y niñas solo o cuántos profesores podría haber aquí simultáneamente.

A la primera pregunta, la respuesta es no, evidentemente: agosto es un mes para cocer a profesores flojos como yo, aunque es el mejor para aprovechar sus vacaciones. Esto hay que pensarlo; si yo me fui a Etiopia dispuesta a pasar 6 meses, quizá otrxs haya que quieran llegar hasta aquí por el mismo tiempo. De la segunda pregunta, opina que a las mujeres les gusta estar con sus hijxs y sobrinxs; bien, vale, le digo yo... pero creo que tanto los chavalxs como ellas aprovecharían mejor las clases. Esta me la tengo que currar un poco más, a ver si le convenzo. Y sobre los profesores: entre 3 y 4.  Y mujeres, que son más atractivas para la enseñanza. Y yo me río; entiendo lo que dice, claro, y él me lo explica: somos más cercanas, damos más confianza, bla, bla, bla. Pero también se trata de darle la vuelta a este tipo de cosas: conozco profesores que son estupendos enseñando, aunque sean hombres. Y entonces, se ríe él.

Después de clase, Salka nos ha puesto a limpiar la fábrica a su hermana, a Mariam y a mí (barrer una fábrica en el desierto, no tiene precio) y después, las dos juntas, hemos lavado la ropa. De verdad que lo que más pena me da de no saber tanto árabe, es no poderme reír con ella más de lo que ya lo hago. Creo que nos hemos inventado una especia de interlengua, mitad árabe, mitad hassaniya, cada vez un poquito más de español, y algún chapurreo en inglés con el que nos ayuda su hermana a traducirnos,

Así que las anginas (durante las que eché de menos a mi farmacéutica preferida, que siempre sabe darme lo que me pone a tono), dejaron paso al buen humor, a la energía desértica, a la fuerza, a las risas con Salka y a las clases dándolo todo. Mañana llega Carmen, y será otra historia: a ver hasta dónde llegamos juntas :) Ella nunca ha dado clase de español, pero ya le he formado un grupo inicial para mañana, para que se curta pronto en el oficio... Y para terminar por esta noche, ya casi madrugada, la mejor de las reflexiones que me llegó de la que también viaja, lejos lejos, reuniendo todo el valor que tiene dentro para seguir enseñando por el mundo:

"Qué experiencia preciosa, qué sensación esa tan difícil de explicar, o de hacer entender: que no, que el español no se puede explicar igual en todos los sitios del mundo, que hay que ver a través de ojos que nunca han visto lo que nosotros conocemos..."

lunes, 13 de agosto de 2012

De las increibles mujeres del desierto


Ellas son la fuerza. De verdad, no sé cómo lo hacen. Una intenta parecerse a ellas en algo... y, al final una misma se da cuenta de que es una floja, muy a su pesar.

Salka es mi otra yo aquí, mi hermana. La vida juntas, el día a día, las confesiones y las rutinas, nos han hecho que nos demos de la mano. Bueno, me la da ella a mí, porque aquí estoy más perdida que encontrada. El otro día me dijo que tenía que salir a caminar, que fuera con ella desde la fábrica hasta casa de Ali. ¡Y yo vi la luz! Ali, al que adoro, me tiene metida como en una burbuja y no deja que haga absolutamente nada, incluido andar.

Salka me puso para el paseo una melhefa rosa, como van ellas vestidas, y fue una caminata de 30 minutos bajo un sol que ni siquiera sé cómo describir y un aire que se parece al vaho: es eso, respirar aire caliente. Llegamos sudadas, yo bebí agua (ella no, que está en ayuno), yo quedé baldada, refugiada entre los cojines y ella se puso manos a la obra a cocinar con Raba'a. Después de cenar, hicimos de nuevo el camino andando. Pasamos por su casa, donde vive con sus 6 hermanas y sus sobrinxs y ya listas, 4 mujeres, conmigo 5, y dos niños nos pusimos en camino hacia la clase de español.

Cuando camino por la calle, sé que me miran. Hay quien lo hace desde la curiosidad, otros con indiferencia, y algunos me miran mal. Y otros cuantos me insultan. Los marroquíes me insultan porque se me ven las piernas y los hombros; yo no entiendo lo que dicen, pero para algunas cosas no hace falta comprender las palabras. Aquí no hay turismo, no están acostumbrados; eso hace que no me pidan dinero, pero tampoco les hace gracia verme así paseando. Y es raro caminar, la verdad, mientras hago como que no me doy cuenta y me obligo a nunca nunca bajar la cabeza.

Aquella noche, de camino a la fábrica, Salka se cansó de los insultos y se enfrentó con cinco marroquíes con los que ella ya había tenido algún encontronazo antes. Es una campeona, no he visto persona con más vitalidad. Es increíble. Yo me metí en la pelea para separar, pero ellos me sacaban a mí. La policía pasó del tema, pero Salka no se amedrentó. Después Salka me dijo que no le importaba que dijeran cosas sobre ella, pero que no consentía que nadie se metiera conmigo. Y con un par de ovarios bien puestos, se enfrentó a ellos, aunque la policía le dijo que se fuera. A pesar de todo, luchó. Ahora nos reímos mucho cada vez que recordamos la historia.

Tras dos días de ayuno, y una par de caminatas por Smara... me quedé sin energía. Esa de la que yo presumía tener. Al primer bajón, anginas. Me engaño con ibuprofeno y tiro para adelante con las dos clases. Pero ya he forzado demasiado. Ali y su mujer me vienen a buscar a la fábrica a eso de las 4 de la mañana, mientras yo prácticamente agonizo respirando. Raba'a me prepara miel y limón, duermo con ellos, me preparan un lugar fresquito para que pase la noche y ellos con sus dos hijos duermen a mi alrededor. Por la mañana, cuando por fin explico a Ali que no es alergia, que no es cuestión de miel y limón, va a la farmacia a comprarme antibiótico. No quiero comer, ni beber, hace mucho calor; cuando el dolor me da tregua, duermo. Y así llevo un par de días.

Ya no me duele tanto, el antibiótico va haciendo su efecto. Pero me cuesta cantidad comer. Ali me obliga, como hago yo con los chavales en los campamentos, sentándome a su lado y diciéndoles tonterías mientras se van tragando la comida. Le digo que me tiene que dar tiempo, que no estoy bien del todo, pero cada día voy teniendo más hambre... paciencia. Y duermo, duermo mucho, sudando. Se suman a las anginas, la regla y un calor de 48º. Llevo dos días que da gracias que camino...

Pero, como dice mi madre, a que la admiro tanto y más que a las mujeres del desierto, tengo que recordar la lluvia, la lluvia continua, de Addis, y esa sí que me daba bajón. Hoy uno de mis estudiantes me ha contado que hay un refrán que dice que debajo del infierno está Smara.

Hoy he vuelto a hacer una excursión nocturna con Salka y su hermana. Hemos ido al zoco y hemos hecho una parada en casa de dos chicos de la clase, que me han invitado mañana a cenar. Después hemos vuelto a su casa, con sus 5 hermanas y ahí hemos estado sentadas un rato, ellas y yo, compartiendo sus charlas y su pasar el tiempo sentadas en la alfombra. Vuelve mañana, me ha dicho la más mayor.

Ahora son las 4 de la mañana. Ya han sonado las sirenas que avisan de que, de nuevo, estamos en ayuno. He recenado melón, solo melón, que era lo que más me apetecía del mundo. La garganta va bien,  poco a poco; me he duchando con música y, aquí, mientras escribo esto, repasamos la clase de español. Horas y horas leyendo una y otra vez las palabras con Salka, porque tiene un interés asombroso por sabérselas. Y yo le debo estos repasos, sea la hora que sea. Es una todoterreno, de verdad. Trabaja, vigila a los operarios que vienen a hacer alguna chapucilla en la fábrica, cocina, ayuna, estudia, camina y, además, no veáis lo que se ríe, siempre. No sé cómo lo hace, cuánto envidio su energía. Es una mujer increíble. 

sábado, 11 de agosto de 2012

De la espesura


Hoy el aire se podía tocar. Dicen que estos días van a subir las temperaturas.

Esta noche estoy cansada. Hoy hemos inaugurado los dos grupos de español. Di dos horas seguidas de clase y sigue siendo lo mejor del día, ahora por partida doble. Me río mucho, con ellos y con ellas; también con los niños, que contestan con ojos bien abiertos a mis preguntas. Hoy Bachir durante su llamada me ha preguntado cómo queremos llamar al proyecto... Ahí me ha pillado. También habrá que darle un par de vueltas a esto.

Leí, terminé de mirar las hojas de gestión de proyectos; imaginé y reflexioné mucho (y eso agota a cualquiera). Anoche nos quedamos hasta bien tarde repasando palabras en español; de hecho, cuando apagamos la luz, ya empezaba a clarear. Y me han vuelto a despertar las moscas (hay que dormir tapada, para que no agobien; pero hay que resistir el calor). En casa me empiezo a convertir en algo así como la prima mayor, con los niños a mi alrededor que, sin entendernos, nos hemos dejado de extrañar. Compartimos cojines, dibujos animados, platos y cosquillas. La ceremonia del té acompaña nuestras conversaciones (las más de las veces, las suyas). Es un rito que invita a la charla, con tiempo; se bebe mucho menos de lo que se tiene que esperar para que esté preparado. Pero la tetera con el carbón, la menta, el azúcar y los vasos siempre están presentes.

Esta noche estoy cansada; será que estoy tan espesa como el aire de la noche.

“Sigo derecho mi camino, a tenor de mis caprichos, transformándome sin cesar, y no quiero ser mañana semejante a como soy hoy”.

De ramadán y semillas


Hoy, durante las compras del día, Ali me ha dado una cocacola (ya sabe por dónde conquistarme) y, cuando ha dicho que ojalá pudiera beberse una, le he dicho que me parecía que Ramadán era demasiado largo. Me ha salido así, solo, como el comentario que hubiera hecho cualquier niño. Y se ha reído. Solo quedan 12 días de ayunar por el día, me dice. Que decirlo, se dice pronto, pero vivirlo... es otro cantar.  El mayor inconveniente de estos días no es el hambre o la sed, que también; si no el no poder hacer nada durante el día; su energía está bajo mínimos, así que pasan largas y largas horas durmiendo por la mañana y por la tarde. Yo me mantengo en ayuno parcial y eso hace que duerma a ratos, sí, pero intento dejar algo en la reserva para disfrutar de mis lecturas, de mis no hacer nada y de mis meditaciones. Que para eso, también hay que estar despierta, aunque sea soñando.

Sin duda creo que 30 días de ayuno en pleno agosto de millones y millones de personas, tienen que dejar más que satisfechos a todos los dioses del universo.

Esta mañana en el paseo por la ciudad, vi una Smara llena de militares (muchos, siempre hay, me dice Ali, es una ciudad tomada por militares) y pasamos por los asentamientos de colonos del norte, a los que el gobierno, además de pagarles todo, les da una subvención mensual. Ya no sabemos quién viene del norte y quién no, me cuenta; me fijo y veo las pintadas del RASD y las banderas del frente polisario, como vi el primer día que llegué. Al final de todo se hace rutina, hasta de una ocupación; hasta de asumir que tus vecinos están ahí porque alguien les paga; hasta de ir a visitar a tu familia a Argelia porque allí se quedaron, encerrados en el desierto. De todo se hace rutina. Y termina la conversación diciéndome que es como si no pasara nada, pero siempre parece que hay algo a punto de ocurrir.

No hay duda de que el mejor momento del día es la clase de español. A parte de porque mi actividad diurna es bastante reducida, y, a poco, cualquier cosa va a ser emocionante, me encanta. Me encantan ellxs, me encanta que se rían. Hoy la clase estaba llena, cada día viene más gente y vamos a hacer dos grupos, definitivamente: uno de 22.30 a 23.30 y el siguiente hasta las 00.30; y tener grupos más pequeños, aumenta la eficacia de las clases. Todo marcha bien; es “la semilla”, como dice Bachir. Felipe me ha mandado desde Salamanca un documento para gestionar y elaborar proyectos partiendo de una metodología participativa, que viene siendo una que implica la participación de los beneficiarios en todas las fases (el no tener esto como base, trae consigo el fracaso de muchos proyectos de cooperación internacional). Estoy sumergiéndome en sus páginas y no pinta fácil (objetivo general, específicos, resultados, factores externos, evaluaciones, entrevistas, análisis del contexto...), pero espero ansiosa a Carmen para ponernos a ello. Así que dentro de mi aparente letargo, mis neuronas andan dándole vueltas a todo, a eso, a las lecturas, a las clases de español.

Mohamad me ha preguntado si pongo deberes: practica la pronunciación, le he dicho. En esta clase por el momento, no hay copias, ni huecos que rellenar, ni deberes, ni torturas de ningún tipo con las que se cree que se aprende un idioma; no hay presión, ni miedo: si quieres participar, genial. Y si no, tómate tu tiempo. Siham, que me llama señorita, me ha pedido el facebook. Y Nura, una chica de 16 años de esas que siempre levantan la mano en clase para contestar todo, me ha dado una flor al terminar, como el mayor de los tesoros, que sin duda es. Me llenan de energía, de la que me falta durante el día. Todxs se van con una enorme sonrisa y yo feliz, feliz.

(Hoy creo que sí recenaré porque tenemos como invitada a la hermana de Salka, que está en la clase, y entre palabras sueltas árabe-español chapurreando los ingredientes, están preparando un buen banquete. La ocasión lo merece).

Del tiempo y la rutina


Una aquí tiene el lujo de darse tiempo, que como buen lujo, es difícil de tener a veces. El miedo al aburrimiento deja paso a la tranquilidad de hacer las cosas sin prisas, a dejar que el tiempo pase por una misma. A las charlas, a observar. Entre todo esto, sigo echando de menos a alguien que me acompañe cuando decido hacer algún que otro vuelo lejos de casa. Me reconozco tan valiente, como tímida. Tan echada p'alante, como reservada. Tan intrépida, como prudente. Decido irme sola hasta el infinito y, en el infinito, echo de menos quien me dé energía para ser más yo, que sola me cuesta. Me reconozco en mis propias contradicciones.

El día pasó. Uno más, y yo cada vez una más por aquí. Hoy, a excepción del café de la mañana, ayuné y esperé tranquila la primera cena. Me encanta comer en el suelo, con la mano, alrededor de una mesa y disfrutando de la compañía, mezclando el té con los zumos, lo dulce con lo salado (aunque esto a mí todavía no me sale: en riguroso orden, dejo el bizcocho para el final). Y no tuve hambre durante el día. Ni la tengo ahora, cuando queda un ratito para la recena. Y como el tiempo pasa para todos, ellos también me empiezan a dejar espacio y a respetar que no quiera comer, o no tanto, o no siempre y no de todo.

En toda esta calma de agosto, empiezo a ser una más. Hoy me he quedado dormida en casa de Ali y me han tapado con una sábana; las habitaciones llenas de alfombras y cojines dan la posibilidad de dormir, tranquilamente, en cualquier parte; incluso los invitados y los que aparecen espontáneos por ahí lo hacen. Los niños se turnan para dormir conmigo y con Salka en la fábrica por la noche: hoy tenemos a Mouna, que tiene cinco años y no deja de mirar las teclas del ordenador y darle de vez en cuando al espacio mientras escribo. Me encantaría grabar su risa mientras jugamos con un cojín.

Los hijos de Ali son encantadores, son la alegría misma. Los tres sonríen sin parar. Me alucina la relación que tienen con sus padres, cómo les buscan, se tumban a su lado y se duermen unos encima de otros, desordenados; se levantan, juegan, a su ritmo, ponen los dibujos. Me quedo embobada mirándoles. Me enseñan palabras en árabe y, poco a poco, cogen confianza y se van acercando a mí. Ayer Abdoullah y yo nos lavamos los dientes juntos con “colgate”, que es lo que lee en su pasta de dientes. Y así, poco a poco, nos vamos haciendo los unos a los otros en esta quietud estival.

Me encanta estar descalza. Me encantan las conversaciones con Ali: política, islam, pareja, mujeres, proyectos,... y de revolución. Y yo me empiezo a imaginar a mi columna de charrajevo, por aquí, aguantando los calores del desierto, como juntos soportamos el sol de Madrid. Tanto, tanto por hacer. Tengo que seguir indagando, conociendo y preguntando. Sin prisa, porque no la hay, y no hay necesidad de atosigar.

Recién terminada la segunda clase de español, todo empieza a ser más claro. Esta mañana instalamos la impresora en casa de Ali para ir sacando el material. Reviso y cambio el vino por la cocacola, miro que no haya nada que no venga al caso. Y allá que vamos. Lo mejor es oírles sus chapurreos en español, el “buenas noches, señorita”, “hasta mañana” y el “te llamas”. Los niveles iniciales, aunque exigen una energía descomunal, son inmensamente agradecidos por esto, porque cada días les oyes, cada día aprenden algo más y, orgullosos, repiten. La cosa puede funcionar.  Hoy ha habido un par de niños más.

Y esta empieza a ser la rutina de cada día, escapando del calor por el día, a expensas de que me venga a buscar en coche, para dar una vuelta o refugiarnos en casa. Leer, hablar, observar. A cada rato un poco más cómoda. Imaginando, de vez en cuando, hasta dónde puede llegar esto. Ali me saca los colores continuamente, porque dice, bromeando, que me voy a quedar y no habrá rescate posible que pague por mí. La cena de zumos, pizza y pasteles en familia; los momentos al ordenador, un poco de música, los niños, Salka y la emoción de la noche con la clase y la brisa, que refresca. La conversación con Bachir que, desde que he llegado es ritual: me llama desde Agadir cada noche y me pregunta por qué tal me va a todo, se interesa, hablamos de los proyectos. De verdad, que me siento cuidada. Y sentarnos fuera de casa, al final del día, un ratito a sentir el aire, por fin fresco, de Smara.

martes, 7 de agosto de 2012

De primeras impresiones


Llegó la (siempre temida) primera clase. He de reconocer que es la vez que más nerviosa me he puesto en todo el viaje (aunque tampoco voy a negar que la preparación que he tenido para llegar hasta aquí ha sido más relajada de la cuenta; de hecho, demasiado tranquila para lo que soy yo. Será que tenía otras miles de cosas que resolver y otras tantas en la cabeza y el corazón en las que me apetecía más invertir el tiempo). El caso es que llegó el momento de enfrentarme a la clase sin saber muy bien qué me iba a encontrar, que es lo que verdaderamente da terror. El primer día te pone los pelos de punta. Me pasa cada vez que doy clase, me pasó aquel año en la universidad; también en Etiopía, y cada semana en la que tenía un nuevo grupo en la academia, el año pasado, y eso que era algo que me pasaba cada semana. Es algo parecido a la adrenalina de subirse al escenario y de tantos ojos mirándote, de que les gustes, de que te entiendan, de que les entiendas, de que sea suficiente lo que has preparado. Las primeras impresiones marcan, o eso dicen. Humor y pa'lante, ya que hemos llegado hasta aquí...

Empiezo feliz, con unas 10 mujeres, preciosas, se ríen escondidas en esos mantos de colores vivos que llevan; también están dos hijo de Ali, y Muhammad, al que ya conocí hace cuatro años y que en aquella ocasión no dejó de pedirme matrimonio, lo cual acrecienta mis nervios, no sé si por eso o porque es el único hombre en la sala. Respiro. Sonrío. Ali me hace la presentación y yo rescato palabras sueltas, de lo poquito que le entiendo. Y sigo sonriendo. Buenas noches, porque es lo que se tiene que decir ahora; buenos días, por la mañana; buenas tardes, después de comer. ¿Qué tal? Soy Alba, soy española, soy de Salamanca. ¿Y tú quién eres? Eres saharaui, eres de Smara. Encantada (pero Muhammad dice encantado).  Hasta que una de ellas me dice que no es saharaui, que es marroqui… Ali se sonrie. Le suelo preguntar mucho acerca de eso, de la relacion saharaui-marroqui, pero es mas bien parco en palabras en este tema. Eso y que intenta ser terriblemente diplomatico conmigo. Ya me ire enterando…

Pruebo la primera de las propuestas de aprendizaje basada en la autoestima: se tienen que dibujar. Se ríen, se ríen mucho. Yo me tranquilizo y, conmigo, empiezan ellas también a relajarse. Se dibujan con bonitos colores brillantes, grandes, en mitad del folio. Escriben sus nombres, entre risas. Unos treinta minutos después llegan ellos: 10 hombres, jóvenes, que se sientan justo en el otro lado de la clase; a algunos ya les conozco de aquel campamento. Introducción de nuevo, la presentación. La siguiente pregunta es obligada, para darle sentido a esta locura de haberme venido hasta aquí en mitad de un agosto en Ramadán: ¿por qué quieres aprender español? Ali me traduce: ellas, en frases más cortas, apuntan a la comunicación; ellos resultan ser en su mayoría licenciados, que con mucha más destreza, apuntan a sus estudios, su trabajo, la antigua colonia, la cultura española... Siempre me sorprende el grado de vínculo que tienen con un español que no quieren perder, frente a un francés que cada día les impone el gobierno marroquí. Ali se indigna porque Sáhara nunca fue colonia francesa, él habla español y quiere que sus hijos también lo hagan. Y aquí estoy. Creo. Vaya reto, no sé de qué manera juntar a estas 20 personas en una misma clase, 10 y 10 a partes iguales, sentados tan cerca y en mi primera impresión, tan lejos. Decido acabar la clase ya, solo con las presentaciones es suficiente por hoy. Mañana reestructuro, releo y replanteo. Y busco una fotocopiadora (y pruebo el disco duro donde, además de pelis, tenía material para las clases... Pero no existe el problema, existe la solución. O  “ma kein mushkil”, como dicen por aquí).

Salka, Mariam y la mujer de Ali, que se llama Rab`a, también están entre los pupitres. Las mujeres saharauis son maravillosas, matriarcas, especiales y siempre siempre envueltas en colores.

…..

Igual que decidí quitarme el reloj, he decidido dejar de preocuparme por la comida. No porque no tenga y pase hambre, si no por todo lo contrario. Llevo tres días comiendo por el día... y por la noche. Por el día porque no quieren que yo me vea obligada a hacer ayuno; por la noche porque es cuando me invitan a cenar con ellos. Desayuno, afortunadamente, solo con un café porque es el momento menos social de mi día. Como, normalmente con Mariam. Ceno en casa de Ali los banquetes que Rab'a prepara. Y... Re-ceno a las 2 o a las 3 de la mañana. No vale decir que no tienes hambre, que normalmente no comes tanto por las noches, que estás comiendo por ti y por todos tus compañeros. No vale, no. Porque si consideran que has comido poco, el siguiente paso es que te dan ellos mismos lo que opinan que deberías comer, te lo separan, te lo dan en la mano, te llenan varios vasos de zumo y... te lo comes, no hay otra. Así que he decidido tener otra filosofía, escaquearme cuando puedo y asumir cuando el resto del plan falla. La comida, igual que para mis abuelos, es para ellos algo de lo más importante que tienen y sentarte a su mesa, a su lado como una más, es un regalo que sé que me hacen y estoy bien decidida a no perderme nada de nada.

Las re-cenas las hago con Salka, en la fábrica; el otro día estuvo con nosotras su hermano, otros días Mariam y, anoche, Abdullah, el hijo de Ali. Aprendemos las dos a entendernos, a veces recurrimos a los diccionarios y nos reímos las más de las veces de nuestra mutua incomprensión. Ya me está empezando a dejar hacer cosas: fregar, encender el fuego,... nada del otro mundo. Pero aquí tienes que demostrar una mil veces que no eres una inútil occidental, aunque mis padres no me enseñaran a ser ama de casa. De hecho, una de las primeras preguntas que me hizo Rab'a fue si sabía cocinar... Yo me lo inventé, claro. Si ellos supieran...

Anoche Salka y yo compartimos confesiones: ella estaba hablando con su novio, su habibi, por teléfono, porque él vive en Casablanca. Y después me contó: es una especie de historia a lo Romeo y Julieta, entre un policía marroquí y una saharaui, ahí es nada. Cosa que, obviamente, la familia de ella no admite. Le estuve preguntando, ella me contestaba en árabe y... yo no entendía gran parte de la historia pero no importaba, porque se le ponía en la cara esa sonrisa de oreja a oreja, feliz y pletórica. Y para mí, eso era suficiente: disfrutaba viéndola, viendo su mirada, hablando de él, compartiendo conmigo casi el mayor de los secretos; al final, no importan tantos los detalles de la historia ¿no? Una vez mas entender que la comunicación va mucho más allá de cualquier palabra.


lunes, 6 de agosto de 2012

De siestas y tes


Salka, Mariam y yo conseguimos comunicarnos a través de los diccionarios. La mañana se hizo pesada en el inmenso calor. Leí un poco, hablé con Alí. Volví a leer. Les enseñé el Corán que me metió mi padre en el libro digital, y allí que estuvimos leyendo unos versículos, entre la técnica y la tradición. Tras la comida llegó la siesta. Las tres nos refugiamos en nuestros ojos cerrados ante la imposibilidad de ver nada en esta ciudad dormida al calor del ayuno: Salka lleva todo el día sin comer, así que, como dice la canción “duerme de día, dice que así el hambre engaña”; Mariam y yo nos echamos la siesta propia de la digestión.  Ali vino a por nosotras más tarde y, por fin, sentí algo de aire en la cara, aire del que entraba por la ventanilla bajada del coche; y sin duda, eso me espabiló. La llegada a su casa fue entrañable, con los niñxs, contentos, que nos saludan, efusivos por la novedad. Repetimos menú de ayer y se agradece ir conociendo las rutinas: harira, pizza, dátiles, los mismos zumos,... Voy cogiendo el ritmo. Pero, de vez en cuando, después de que los niñxs se hayan aburrido de dar saltos, y cantar y bailar a nuestro alrededor, vuelve el tedio del calor y de las horas que pasan. Ramadán es difícil: los días se hacen largos y calurosos y las noches, salvo oasis de relaciones sociales, y a pesar del fresco, más de lo mismo. Imagino que tienen hambre y sueño, o hasta a eso se acostumbran en el largo mes en el que están. Ya llevan más de 15 días en esta especie de vida al revés. En estos ratitos, echo de menos a algún compañero de viaje, para pasar las horas, hablar y aburrirnos en compañía. Ali está preocupado de que siempre esté bien, a gusto. Yo le digo que sí, claro; miro internet, veo la tele, hablo con él, bebo té, mucho té, y, de repente, me entra un sueño contra el que no puedo luchar, como tampoco luchan sus hijos que, uno a uno, van cayendo por entre los cojines de la casa. 

Lo que tiene viajar sola, como ya me pasó en Etiopía, es que pierdo un poco de independencia. Es como si nadie me dejara dar un paso sin ayudarme, sin llevarme, sin acompañarme. Y yo necesito tiempo para aclimatarme a todo este ritmo de calor y ayuno; ritmo, además, de pocas palabras porque aquí nadie sabe inglés y mi árabe chapurreado, aunque en aumento, nada más da la oportunidad de intercambiar unas frases anecdóticas, que son más entretenimiento del personal que verdaderas interacciones. La fábrica de cus cus está lo suficientemente lejos como para que necesitemos un coche y la casa de Ali tiene un camino lo suficientemente complicado como para desorientarme si quiero ir a algún sitio sola. Echo de menos a Anaí, y su capacidad de llevarme siempre por el mejor camino cuando yo me pierdo una y mil veces sin salir de una misma calle; con ella todo sería más fácil (por este y otros tantos motivos). Y me acuerdo de Fer y su inseparable callejero (y me pregunto si le sería tan fácil guiarse entre un sinfín de calles sin nombre). Y por supuesto, no puedo esperar la llegada de Carmen, aunque, espero que para cuando ella esté aquí, yo ya me haya espabilado lo necesario como para haber empezado a buscar sola, de noche, y en la tregua del Ramadán, las calles del centro de la ciudad donde no deja de haber animación hasta que vuelve a brillar la claridad.

Hoy Ali me ha dicho que deje de dar las gracias por todo, que soy una más de la familia. Me trae de vuelta a la fábrica, cansada, con ese no poder abrir los ojos, tras una siesta nocturna. Mañana le voy a decir que me acompañe a buscar cocacola para tener aquí conmigo; como tenga que dar clase con esta letargo mental que me traigo, la cosa no va a funcionar. Llego dispuesta a ducharme, pero, para sorpresa mía, sigue sin haber agua... mi gozo en un pozo. Ya van dos días. Paciencia, chica, me digo. Es lo que tiene emprender estas cosas sola... Hay que trabajárselo para hacerse un hueco en la rutina y, para encontrar uno en el desierto, en agosto y en Ramadán, el trabajo se vuelve sobrehumano. Pero bueno, de haber querido que esto fuera fácil, no hubiera llegado hasta aquí.

Por cierto, nada más empezar el día de hoy he decidido quitarme el reloj.

…..

La ducha cayó como agua de mayo, por fin. Por la noche parece que hasta las tuberías se ponen en funcionamiento. Salka y yo cenamos a eso de las 3 de la mañana, frescas y felices por esa ducha que ambas nos habíamos regalado. Mariam llegó un poco después, así que ya estábamos las tres en nuestro torreón de silencios y miradas. Por la noche se siente la brisa. Caímos redondas en nuestro suelo-cama de alfombras. Por la mañana, más que el sol, me despertaron las moscas; hoy hemos remoloneado más de la cuenta (total, ¿qué prisa hay por levantarse?) Mariam y yo nos tomamos un vasito de nescafé de desayuno. Y hace horas que las dos vuelven a estar dormidas. Me resisto a caer yo también, aunque a veces la tentación de cerrar los ojos es fuerte ¡No puedo pasarme el día dormida! Leo, preparo la primera clase de hoy: imagino si funcionará o no funcionará, si sabrán decir algo en castellano, si habrá una mezcla de edades difícil de llevar en un aula,... Hasta esta noche, no resolveré el misterio, así que decido que esas cuestiones no me preocupan más de la cuenta (nota mental: pedirle folios y pinturas a Ali).

Me levanto de entre los cojines y decido irme al comedor, donde seguro que, en la rigidez de la silla, me cuesta menos resistir el sopor. Decido ver una peli, de esas del disco duro; pero, ¡sorpresa! el disco duro no responde, parece que le falla el contacto (¿se habrá fundido por el calor?). Aborto misión peli. Salka y Mariam siguen dormidas. Creo que volveré a leer; tampoco hay mucho más que contar por aquí. Por la ventana no se ve ni un atisbo de vida, en esta especie de polígono saharaui de las afueras de Smara. ¡Se me había olvidado cómo se gestiona el aburrimiento! Bueno, es un tiempo para mí, después de todo... ¡Cuánto hacía que no me permitía el lujo de escribir, de meditar, de leer!  (Aunque lo de la peli me vendría divinamente; luego probaré el disco duro en el ordenador de Alí). Sí, sin fallo: voy a ponerme a leer de nuevo.

(P.D. Acabo de conseguir una cocacola :)

domingo, 5 de agosto de 2012

De memorias del desierto


En África una siente ese irremediable deseo de escribir, de plasmar lo que ve, lo que oye, lo que siente. África es sensorial: todo, absolutamente todo, entra por los sentidos: los colores de la ropa de las mujeres saharauis, el ocre, el rojo, el color del sol cayendo sobre el ladrillo; la espesura del aire que parece que se toca. El calor, los olores que van apareciendo poco a poco a medida que la oscuridad empieza a caer.

Llegué con una sonrisa de oreja a oreja, fruto más que probable de la despedida de Madrid y del recibimiento en El Aaiún. Al bajar del avión ya oigo mi nombre, seguido de “esbanoliya”, que es lo que soy aquí: una española perdida en medio del desierto. Me llevan a un hotel de un español, un piloto militar ya jubilado que decidió comprarle el terreno a un amigo saharaui para que no le embargaran todo lo que tenía; y así, decidió montarse un hotel. La ciudad permanece en calma hasta que la noche llega y los niños inundan con sus juegos la carretera. El dueño del hotel me dice que, a la vez que les enseño español, les enseñe a respetar a los coches... A mí eso me hace gracia, porque justo antes me había quedado embobada mirando la libertad de unos chavales que hacen el pino a sus anchas por las calles de una ciudad que, mientras se prepara para la cena, han hecho suya. Mi guía me lleva a dar un paseo por la ciudad. Ya se me había olvidado lo que es caminar por las grandes ciudades de África, su desorden, sus coches sin intermitentes, lo difícil de no chocarte y la sensación de que cuando se chocan contigo aprovechan y, de paso, te tocan más de lo que permite el decoro. Y la oscuridad. Desde Etiopía había olvidado lo que es caminar sin luz, o con la iluminación insuficiente de los coches y alguna que otra farola. De todas formas, y sin hablar demasiado, disfruto el paseo rememorando calles por las que ya anduve y lugares que ya vi, hace ya cuatro año.

Cenamos en casa de una amiga del guía. Son las tres de la mañana, las cinco en la península, y yo me siento morir de sueño. El menú es Tajine, de carne. Me esfuerzo por no comerla, por coger los al rededores pero, la misión es imposible: vigilan cada uno de los trozos que cojo, que desgarro con la mano (y de nuevo, recordar esa destreza de la mano derecha que, con el pan, arranca los pedazos de carne). Me separan los mejores pedazos de carne, me traen cubiertos ante mi incapacidad de salir airosa de tal hazaña. Y reflexiono que me espera un mes de olvidar el vegetarianismo porque elegir qué comer o qué no comer solo queda al alcance de los pocos afortunados que, cada día, vivimos con el privilegio de elegir lo que llevarnos a la boca. Más de la mitad del mundo, al sur del sur, agradece cada día poder alimentarse con algo. O Quizá es que soy demasiado cobarde como para pedir otro tipo de comida.

El dueño del hotel, al despedirme al día siguiente, me dice, en una especie de juego de palabras: que ensueñes mucho. Mezcla de enseñanza y ensoñación. Me gusta. Llegamos a Smara tras tres horas de viaje por una carretera que desaparece en determinados puntos bajo la arena. De vez en cuando, paramos, porque hay que rezar. A penas nos cruzamos con dos o tres coches en todo el camino. Llegamos con la oscuridad. A la entrada de Smara, hay un pequeño poblado de chabolas; al preguntar por él, más tarde, me han contado que son pobladores del norte, a los que el gobierno marroquí les paga todo para seguir colonizando esa parte del Sáhara; pero que se trata de uno de esos secretos a voces, de los que no se puede hablar en ningún sitio. Pregunto por la población saharaui, y me dicen que a penas llega a un 5%. Me enseñan un par de pintadas de los niñxs que dibujan en paredes y puertas la bandera del frente polisario.

En Smara me esperan Ali, anfitrión y ya viejo conocido, y su familia. La mesa está puesta: pizza, empanadillas, pasteles y pastas, zumo de aguacate y sandía, leche de camella.... Llevo todo el día en ayunas, yo también. Con Ali me siento como en “Ibrahim y las flores del Corán”, dando pequeñas dosis de sabiduría; no siempre estoy de acuerdo, pero me dejo llevar por lo que me cuenta, porque he venido a empaparme. Hablamos del Corán y de la crisis, del matrimonio, de mi programa de español, de las ganas que tiene de darle continuidad. Me pregunta por Criska, Raquel y Laura, compañeras del vuelo de entonces y rememoramos viejos tiempos de aquel campamento perdido entre las dunas de El Aaiún. La gente va y viene de su salón. Juegan a las cartas y beben té. A veces alguien me dice algo en árabe o en español y sé que más de uno de los que por allí han pasado me han vacilado un poco. No sé exactamente lo que dicen, pero me lo imagino rescatando alguna que otra palabra perdida de las que aún retengo en la memoria de mi escaso vocabulario. Y porque dicen eso de “esbanoliya” y sé que están hablando de mí. Alí me dice que me ve igual que hace cuatro años, y yo me río. Me dice que estoy más delgada, que antes estaba más rellenita.. Le digo que sí y no deja de sorprenderme ese aire de maestro que tiene, que sabe lo que te pasa y lo que te pasó incluso antes de que tú se lo cuentes.

Unas horas más tarde vamos en su coche y con sus hijos a ver el lugar donde me voy a alojar. Me han preparado unas habitaciones en la fábrica de cus cus, donde tienen una cooperativa de mujeres (que ahora están de vacaciones). Me enseña todo, con ese orgullo del que sabe que construyó algo desde la nada. Me enseña el aula donde el lunes empezaré las clases. Y llegamos a una parte del edificio vacía en la que Ali me dice: ¿qué crees que podemos hacer aquí? Le contesto, con lo más diplomático que, supongo, se me ha pasado por la mente, que las posibilidades son múltiples. Y entonces me dice que me quede allí con ellos, siempre; que tengo algo y que voy a dejar un vacío cuando me vaya. Yo sonrío y le prometo que buscaremos la manera de dar continuidad a todos los proyectos que se me empiezan a cruzar por la mente.

La cena me sorprende comiendo a las cuatro de la madrugada; creo que lo hago por inercia, porque ellos lo hacen y soy la invitada. Después venimos de nuevo a la fábrica, a dormir. Me acompañan Salka, que es de mi edad y es una de las encargadas de la cooperativa, y Mariam, de 11 años, hija de Ali. Dormimos entre alfombras y mantas, con las ventanas abiertas porque a esas horas ya entra un poco de aire que se agradece. El calor nos hace amanecer pronto para mi gusto. Tengo calor, y sueño, y parece que me he quedado atrapada en el día al revés de un campamento, como y vivo por la noche, aunque ni Mariam ni yo ayunamos y Salka se esfuerza por prepararnos algo de comer. Cuando Ali viene a vernos, le digo que tengo mucho calor y que eso me quita el hambre y que no estoy acostumbrada a comer tanto de madrugada. ¿Calor? Se sorprende él. Si solo hay 42 grados, eso no es calor aquí.

Hace un rato saqué mis diccionarios árabe-español y español-árabe para hacer más llevadera esta torre de babel que nos tenemos montada las tres, atrapadas en la fábrica de cus cus a las afueras de Smara... Poco a poco. Esta es tu casa, me dice Ali, y sé que en unos días yo también lo sentiré así.