sábado, 18 de agosto de 2012

De la valentía


Quedan dos días de Ramadán. Solo dos. El calor empieza a dar tregua y se respira mejor. Carmen llegó y con ella me multipliqué; reconozco que cuando estoy sola, me hago un poco más pequeña. Ahora ella está en la fase en la que yo empecé: luchar por sobrevivir en este calor que te duerme y entender esta rutina al revés... Todo el rato me repite: no sé qué me pasa, estoy como que no me entero. Y yo sonrío (en verdad me alegro, un poco... al final va a ser que no soy yo tan floja) y le digo que es normal, que tiempo al tiempo. Hoy, juntas, hemos ayunado. Y juntas, es más llevadero. También tiene que lidiar con ese aburrimiento diurno, ese no saber qué hacer, ese no hacer nada. Pero pasar el tiempo en compañía, se hace más liviano.

La energía y la fuerza siguen. Conseguí, por fin, que Ali viera las ventajas de que mujeres y niñxs estén separados. Mañana inauguramos el cuarto grupo de español: el infantil. Ya son cuatro clases las que estamos dando, a casi 60 personas. Por la noche, nos desbordamos de la alegría.

Ali se ha revelado ahora como pare-tutor-represor. Y por ahí sí que no paso. Puedo admitir el aburrimiento, el que insista continuamente para que coma, incluso admito comer carne o que trate de convencerme de que Allah es el mejor. Pero no admito que nadie me robe ni un poco de independencia. Algunos de mis estudiantes me ofrecieron hace tiempo ir a tomar algo (léase té y leáse en el salón de una casa; aquí no hay muchas opciones de ocio, y mucho menos si eres saharaui y vas acompañado de dos españolas) y, anoche, fuimos con algunos de ellos. Para disgusto de Ali y posterior discusión.

Así que esta tarde hemos tenido la primera bronca: no, Ali, no eres ni mi padre ni mi madre; y a ellos hace mucho que no les pido permiso para hacer nada (tengo unos padres que, afortunadamente, me enseñaron muchas muchas cosas y, entre ellas, a ser independiente, crítica y a saber conducirme). No nos controles, salimos y entramos cuando queremos porque, si no, esto no va a funcionar. Hemos llegado solas hasta aquí y solo nosotras decidiremos con quién salimos y hasta qué hora. Es por vuestro bien, dice. No, Ali, no... No somos niñas, no hace falta que veles por nuestro bien ni que te hagas responsable de nosotras..

Y de repente, se cruzan entre nosotros siglos de distancia. Y empiezo a sentir mínimamente lo que es ser mujer en ciertos sitios; lo que supone que alguien se sienta autorizado a mandar sobre ti porque opina que no eres capaz de conducirte como te da la gana. Y empiezo a sentir mínimamente lo que es que te infantilicen de una manera tan descarada. Y empiezo a sentir solo una ínfima parte  que me roban el criterio y que tengo que luchármelo, solo porque, como mujer, soy incapaz. ¿Por mi bien? No, Ali, no...

Pero los días siguen, y a pesar de los roces con él, nosotras también vamos adelante. Hemos llegado hasta aquí, el proyecto es un éxito, somos dos y yo ya rozo la veintena de días en Smara. La confianza crece: confianza en la ciudad, en la gente que nos rodea, en salir, en descubrir, en hablar en árabe, en el proyecto, en los alumnos. Y en Salka. Mi Salka. Ayer se plantó ante su novio porque la quiso controlar más de la cuenta (y mi vida es mía, me dice); y porque él, cobarde, la lleva en secreto. Ella le ha dicho: yo no miento, ni tengo miedo.

Como me escribió mi madre: “el mundo se construye con personas como ella, valientes y seguras de sí  mismas ». Cuánto valor de Salka hace falta y cuánto por aprender de ella. Qué bueno es encontrar tesoros así, aunque haya que cruzarse el desierto y pasar un ramadán entero bajo el sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario