Quedan dos días de
Ramadán. Solo dos. El calor empieza a dar tregua y se respira mejor. Carmen
llegó y con ella me multipliqué; reconozco que cuando estoy sola, me hago un
poco más pequeña. Ahora ella está en la fase en la que yo empecé: luchar por
sobrevivir en este calor que te duerme y entender esta rutina al revés... Todo
el rato me repite: no sé qué me pasa, estoy como que no me entero. Y yo sonrío
(en verdad me alegro, un poco... al final va a ser que no soy yo tan floja) y
le digo que es normal, que tiempo al tiempo. Hoy, juntas, hemos ayunado. Y
juntas, es más llevadero. También tiene que lidiar con ese aburrimiento diurno,
ese no saber qué hacer, ese no hacer nada. Pero pasar el tiempo en compañía, se
hace más liviano.
La energía y la
fuerza siguen. Conseguí, por fin, que Ali viera las ventajas de que mujeres y
niñxs estén separados. Mañana inauguramos el cuarto grupo de español: el
infantil. Ya son cuatro clases las que estamos dando, a casi 60 personas. Por
la noche, nos desbordamos de la alegría.
Ali se ha revelado
ahora como pare-tutor-represor. Y por ahí sí que no paso. Puedo admitir el
aburrimiento, el que insista continuamente para que coma, incluso admito comer
carne o que trate de convencerme de que Allah es el mejor. Pero no admito que
nadie me robe ni un poco de independencia. Algunos de mis estudiantes me
ofrecieron hace tiempo ir a tomar algo (léase té y leáse en el salón de una
casa; aquí no hay muchas opciones de ocio, y mucho menos si eres saharaui y vas
acompañado de dos españolas) y, anoche, fuimos con algunos de ellos. Para
disgusto de Ali y posterior discusión.
Así que esta tarde
hemos tenido la primera bronca: no, Ali, no eres ni mi padre ni mi madre; y a
ellos hace mucho que no les pido permiso para hacer nada (tengo unos padres
que, afortunadamente, me enseñaron muchas muchas cosas y, entre ellas, a ser
independiente, crítica y a saber conducirme). No nos controles, salimos y
entramos cuando queremos porque, si no, esto no va a funcionar. Hemos llegado solas
hasta aquí y solo nosotras decidiremos con quién salimos y hasta qué hora. Es
por vuestro bien, dice. No, Ali, no... No somos niñas, no hace falta que veles
por nuestro bien ni que te hagas responsable de nosotras..
Y de repente, se
cruzan entre nosotros siglos de distancia. Y empiezo a
sentir mínimamente lo que es ser mujer en ciertos sitios; lo que supone que
alguien se sienta autorizado a mandar sobre ti porque opina que no eres capaz
de conducirte como te da la gana. Y empiezo a sentir mínimamente lo que es que
te infantilicen de una manera tan descarada. Y empiezo a sentir solo una ínfima
parte que me roban el criterio y que
tengo que luchármelo, solo porque, como mujer, soy incapaz. ¿Por mi bien? No,
Ali, no...
Pero los días
siguen, y a pesar de los roces con él, nosotras también vamos adelante. Hemos
llegado hasta aquí, el proyecto es un éxito, somos dos y yo ya rozo la veintena
de días en Smara. La confianza crece: confianza en la ciudad, en la gente que
nos rodea, en salir, en descubrir, en hablar en árabe, en el proyecto, en los
alumnos. Y en Salka. Mi Salka. Ayer se plantó ante su novio porque la quiso
controlar más de la cuenta (y mi vida es mía, me dice); y porque él, cobarde,
la lleva en secreto. Ella le ha dicho: yo no miento, ni tengo miedo.
Como me escribió mi
madre: “el mundo se construye con personas como ella,
valientes y seguras de sí mismas ». Cuánto valor de Salka hace falta
y cuánto por aprender de ella. Qué bueno es encontrar tesoros así, aunque haya
que cruzarse el desierto y pasar un ramadán entero bajo el sol.
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