lunes, 13 de agosto de 2012

De las increibles mujeres del desierto


Ellas son la fuerza. De verdad, no sé cómo lo hacen. Una intenta parecerse a ellas en algo... y, al final una misma se da cuenta de que es una floja, muy a su pesar.

Salka es mi otra yo aquí, mi hermana. La vida juntas, el día a día, las confesiones y las rutinas, nos han hecho que nos demos de la mano. Bueno, me la da ella a mí, porque aquí estoy más perdida que encontrada. El otro día me dijo que tenía que salir a caminar, que fuera con ella desde la fábrica hasta casa de Ali. ¡Y yo vi la luz! Ali, al que adoro, me tiene metida como en una burbuja y no deja que haga absolutamente nada, incluido andar.

Salka me puso para el paseo una melhefa rosa, como van ellas vestidas, y fue una caminata de 30 minutos bajo un sol que ni siquiera sé cómo describir y un aire que se parece al vaho: es eso, respirar aire caliente. Llegamos sudadas, yo bebí agua (ella no, que está en ayuno), yo quedé baldada, refugiada entre los cojines y ella se puso manos a la obra a cocinar con Raba'a. Después de cenar, hicimos de nuevo el camino andando. Pasamos por su casa, donde vive con sus 6 hermanas y sus sobrinxs y ya listas, 4 mujeres, conmigo 5, y dos niños nos pusimos en camino hacia la clase de español.

Cuando camino por la calle, sé que me miran. Hay quien lo hace desde la curiosidad, otros con indiferencia, y algunos me miran mal. Y otros cuantos me insultan. Los marroquíes me insultan porque se me ven las piernas y los hombros; yo no entiendo lo que dicen, pero para algunas cosas no hace falta comprender las palabras. Aquí no hay turismo, no están acostumbrados; eso hace que no me pidan dinero, pero tampoco les hace gracia verme así paseando. Y es raro caminar, la verdad, mientras hago como que no me doy cuenta y me obligo a nunca nunca bajar la cabeza.

Aquella noche, de camino a la fábrica, Salka se cansó de los insultos y se enfrentó con cinco marroquíes con los que ella ya había tenido algún encontronazo antes. Es una campeona, no he visto persona con más vitalidad. Es increíble. Yo me metí en la pelea para separar, pero ellos me sacaban a mí. La policía pasó del tema, pero Salka no se amedrentó. Después Salka me dijo que no le importaba que dijeran cosas sobre ella, pero que no consentía que nadie se metiera conmigo. Y con un par de ovarios bien puestos, se enfrentó a ellos, aunque la policía le dijo que se fuera. A pesar de todo, luchó. Ahora nos reímos mucho cada vez que recordamos la historia.

Tras dos días de ayuno, y una par de caminatas por Smara... me quedé sin energía. Esa de la que yo presumía tener. Al primer bajón, anginas. Me engaño con ibuprofeno y tiro para adelante con las dos clases. Pero ya he forzado demasiado. Ali y su mujer me vienen a buscar a la fábrica a eso de las 4 de la mañana, mientras yo prácticamente agonizo respirando. Raba'a me prepara miel y limón, duermo con ellos, me preparan un lugar fresquito para que pase la noche y ellos con sus dos hijos duermen a mi alrededor. Por la mañana, cuando por fin explico a Ali que no es alergia, que no es cuestión de miel y limón, va a la farmacia a comprarme antibiótico. No quiero comer, ni beber, hace mucho calor; cuando el dolor me da tregua, duermo. Y así llevo un par de días.

Ya no me duele tanto, el antibiótico va haciendo su efecto. Pero me cuesta cantidad comer. Ali me obliga, como hago yo con los chavales en los campamentos, sentándome a su lado y diciéndoles tonterías mientras se van tragando la comida. Le digo que me tiene que dar tiempo, que no estoy bien del todo, pero cada día voy teniendo más hambre... paciencia. Y duermo, duermo mucho, sudando. Se suman a las anginas, la regla y un calor de 48º. Llevo dos días que da gracias que camino...

Pero, como dice mi madre, a que la admiro tanto y más que a las mujeres del desierto, tengo que recordar la lluvia, la lluvia continua, de Addis, y esa sí que me daba bajón. Hoy uno de mis estudiantes me ha contado que hay un refrán que dice que debajo del infierno está Smara.

Hoy he vuelto a hacer una excursión nocturna con Salka y su hermana. Hemos ido al zoco y hemos hecho una parada en casa de dos chicos de la clase, que me han invitado mañana a cenar. Después hemos vuelto a su casa, con sus 5 hermanas y ahí hemos estado sentadas un rato, ellas y yo, compartiendo sus charlas y su pasar el tiempo sentadas en la alfombra. Vuelve mañana, me ha dicho la más mayor.

Ahora son las 4 de la mañana. Ya han sonado las sirenas que avisan de que, de nuevo, estamos en ayuno. He recenado melón, solo melón, que era lo que más me apetecía del mundo. La garganta va bien,  poco a poco; me he duchando con música y, aquí, mientras escribo esto, repasamos la clase de español. Horas y horas leyendo una y otra vez las palabras con Salka, porque tiene un interés asombroso por sabérselas. Y yo le debo estos repasos, sea la hora que sea. Es una todoterreno, de verdad. Trabaja, vigila a los operarios que vienen a hacer alguna chapucilla en la fábrica, cocina, ayuna, estudia, camina y, además, no veáis lo que se ríe, siempre. No sé cómo lo hace, cuánto envidio su energía. Es una mujer increíble. 

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