martes, 7 de agosto de 2012

De primeras impresiones


Llegó la (siempre temida) primera clase. He de reconocer que es la vez que más nerviosa me he puesto en todo el viaje (aunque tampoco voy a negar que la preparación que he tenido para llegar hasta aquí ha sido más relajada de la cuenta; de hecho, demasiado tranquila para lo que soy yo. Será que tenía otras miles de cosas que resolver y otras tantas en la cabeza y el corazón en las que me apetecía más invertir el tiempo). El caso es que llegó el momento de enfrentarme a la clase sin saber muy bien qué me iba a encontrar, que es lo que verdaderamente da terror. El primer día te pone los pelos de punta. Me pasa cada vez que doy clase, me pasó aquel año en la universidad; también en Etiopía, y cada semana en la que tenía un nuevo grupo en la academia, el año pasado, y eso que era algo que me pasaba cada semana. Es algo parecido a la adrenalina de subirse al escenario y de tantos ojos mirándote, de que les gustes, de que te entiendan, de que les entiendas, de que sea suficiente lo que has preparado. Las primeras impresiones marcan, o eso dicen. Humor y pa'lante, ya que hemos llegado hasta aquí...

Empiezo feliz, con unas 10 mujeres, preciosas, se ríen escondidas en esos mantos de colores vivos que llevan; también están dos hijo de Ali, y Muhammad, al que ya conocí hace cuatro años y que en aquella ocasión no dejó de pedirme matrimonio, lo cual acrecienta mis nervios, no sé si por eso o porque es el único hombre en la sala. Respiro. Sonrío. Ali me hace la presentación y yo rescato palabras sueltas, de lo poquito que le entiendo. Y sigo sonriendo. Buenas noches, porque es lo que se tiene que decir ahora; buenos días, por la mañana; buenas tardes, después de comer. ¿Qué tal? Soy Alba, soy española, soy de Salamanca. ¿Y tú quién eres? Eres saharaui, eres de Smara. Encantada (pero Muhammad dice encantado).  Hasta que una de ellas me dice que no es saharaui, que es marroqui… Ali se sonrie. Le suelo preguntar mucho acerca de eso, de la relacion saharaui-marroqui, pero es mas bien parco en palabras en este tema. Eso y que intenta ser terriblemente diplomatico conmigo. Ya me ire enterando…

Pruebo la primera de las propuestas de aprendizaje basada en la autoestima: se tienen que dibujar. Se ríen, se ríen mucho. Yo me tranquilizo y, conmigo, empiezan ellas también a relajarse. Se dibujan con bonitos colores brillantes, grandes, en mitad del folio. Escriben sus nombres, entre risas. Unos treinta minutos después llegan ellos: 10 hombres, jóvenes, que se sientan justo en el otro lado de la clase; a algunos ya les conozco de aquel campamento. Introducción de nuevo, la presentación. La siguiente pregunta es obligada, para darle sentido a esta locura de haberme venido hasta aquí en mitad de un agosto en Ramadán: ¿por qué quieres aprender español? Ali me traduce: ellas, en frases más cortas, apuntan a la comunicación; ellos resultan ser en su mayoría licenciados, que con mucha más destreza, apuntan a sus estudios, su trabajo, la antigua colonia, la cultura española... Siempre me sorprende el grado de vínculo que tienen con un español que no quieren perder, frente a un francés que cada día les impone el gobierno marroquí. Ali se indigna porque Sáhara nunca fue colonia francesa, él habla español y quiere que sus hijos también lo hagan. Y aquí estoy. Creo. Vaya reto, no sé de qué manera juntar a estas 20 personas en una misma clase, 10 y 10 a partes iguales, sentados tan cerca y en mi primera impresión, tan lejos. Decido acabar la clase ya, solo con las presentaciones es suficiente por hoy. Mañana reestructuro, releo y replanteo. Y busco una fotocopiadora (y pruebo el disco duro donde, además de pelis, tenía material para las clases... Pero no existe el problema, existe la solución. O  “ma kein mushkil”, como dicen por aquí).

Salka, Mariam y la mujer de Ali, que se llama Rab`a, también están entre los pupitres. Las mujeres saharauis son maravillosas, matriarcas, especiales y siempre siempre envueltas en colores.

…..

Igual que decidí quitarme el reloj, he decidido dejar de preocuparme por la comida. No porque no tenga y pase hambre, si no por todo lo contrario. Llevo tres días comiendo por el día... y por la noche. Por el día porque no quieren que yo me vea obligada a hacer ayuno; por la noche porque es cuando me invitan a cenar con ellos. Desayuno, afortunadamente, solo con un café porque es el momento menos social de mi día. Como, normalmente con Mariam. Ceno en casa de Ali los banquetes que Rab'a prepara. Y... Re-ceno a las 2 o a las 3 de la mañana. No vale decir que no tienes hambre, que normalmente no comes tanto por las noches, que estás comiendo por ti y por todos tus compañeros. No vale, no. Porque si consideran que has comido poco, el siguiente paso es que te dan ellos mismos lo que opinan que deberías comer, te lo separan, te lo dan en la mano, te llenan varios vasos de zumo y... te lo comes, no hay otra. Así que he decidido tener otra filosofía, escaquearme cuando puedo y asumir cuando el resto del plan falla. La comida, igual que para mis abuelos, es para ellos algo de lo más importante que tienen y sentarte a su mesa, a su lado como una más, es un regalo que sé que me hacen y estoy bien decidida a no perderme nada de nada.

Las re-cenas las hago con Salka, en la fábrica; el otro día estuvo con nosotras su hermano, otros días Mariam y, anoche, Abdullah, el hijo de Ali. Aprendemos las dos a entendernos, a veces recurrimos a los diccionarios y nos reímos las más de las veces de nuestra mutua incomprensión. Ya me está empezando a dejar hacer cosas: fregar, encender el fuego,... nada del otro mundo. Pero aquí tienes que demostrar una mil veces que no eres una inútil occidental, aunque mis padres no me enseñaran a ser ama de casa. De hecho, una de las primeras preguntas que me hizo Rab'a fue si sabía cocinar... Yo me lo inventé, claro. Si ellos supieran...

Anoche Salka y yo compartimos confesiones: ella estaba hablando con su novio, su habibi, por teléfono, porque él vive en Casablanca. Y después me contó: es una especie de historia a lo Romeo y Julieta, entre un policía marroquí y una saharaui, ahí es nada. Cosa que, obviamente, la familia de ella no admite. Le estuve preguntando, ella me contestaba en árabe y... yo no entendía gran parte de la historia pero no importaba, porque se le ponía en la cara esa sonrisa de oreja a oreja, feliz y pletórica. Y para mí, eso era suficiente: disfrutaba viéndola, viendo su mirada, hablando de él, compartiendo conmigo casi el mayor de los secretos; al final, no importan tantos los detalles de la historia ¿no? Una vez mas entender que la comunicación va mucho más allá de cualquier palabra.


2 comentarios:

  1. Hay en el mundo un lenguaje que todos comprenden: es el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree.-Paulo Coelho

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  2. el lenguaje de las sonrisas ... y de las estrellas (que ya lo descubrimos hizo ayer 4 años) cuando dormimos en aquella duna.. magia donde tu quieras y con quien tu quieras.

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