Llegó la (siempre
temida) primera clase. He de reconocer que es la vez que más nerviosa me he
puesto en todo el viaje (aunque tampoco voy a negar que la preparación que he
tenido para llegar hasta aquí ha sido más relajada de la cuenta; de hecho,
demasiado tranquila para lo que soy yo. Será que tenía otras miles de cosas que
resolver y otras tantas en la cabeza y el corazón en las que me apetecía más
invertir el tiempo). El caso es que llegó el momento de enfrentarme a la clase
sin saber muy bien qué me iba a encontrar, que es lo que verdaderamente da
terror. El primer día te pone los pelos de punta. Me pasa cada vez que doy
clase, me pasó aquel año en la universidad; también en Etiopía, y cada semana
en la que tenía un nuevo grupo en la academia, el año pasado, y eso que era
algo que me pasaba cada semana. Es algo parecido a la adrenalina de subirse al
escenario y de tantos ojos mirándote, de que les gustes, de que te entiendan,
de que les entiendas, de que sea suficiente lo que has preparado. Las primeras
impresiones marcan, o eso dicen. Humor y pa'lante, ya que hemos llegado hasta
aquí...
Empiezo feliz, con
unas 10 mujeres, preciosas, se ríen escondidas en esos mantos de colores vivos
que llevan; también están dos hijo de Ali, y Muhammad, al que ya conocí hace
cuatro años y que en aquella ocasión no dejó de pedirme matrimonio, lo cual
acrecienta mis nervios, no sé si por eso o porque es el único hombre en la
sala. Respiro. Sonrío. Ali me hace la presentación y yo rescato palabras
sueltas, de lo poquito que le entiendo. Y sigo sonriendo. Buenas noches, porque
es lo que se tiene que decir ahora; buenos días, por la mañana; buenas tardes,
después de comer. ¿Qué tal? Soy Alba, soy española, soy de Salamanca. ¿Y tú
quién eres? Eres saharaui, eres de Smara. Encantada (pero Muhammad dice
encantado). Hasta que una de ellas me dice que no es
saharaui, que es marroqui… Ali se sonrie. Le suelo preguntar mucho acerca de eso,
de la relacion saharaui-marroqui, pero es mas bien parco en palabras en este
tema. Eso y que intenta ser terriblemente diplomatico conmigo. Ya me ire
enterando…
Pruebo la primera
de las propuestas de aprendizaje basada en la autoestima: se tienen que
dibujar. Se ríen, se ríen mucho. Yo me tranquilizo y, conmigo, empiezan ellas
también a relajarse. Se dibujan con bonitos colores brillantes, grandes, en
mitad del folio. Escriben sus nombres, entre risas. Unos treinta minutos
después llegan ellos: 10 hombres, jóvenes, que se sientan justo en el otro lado
de la clase; a algunos ya les conozco de aquel campamento. Introducción de
nuevo, la presentación. La siguiente pregunta es obligada, para darle sentido a
esta locura de haberme venido hasta aquí en mitad de un agosto en Ramadán: ¿por
qué quieres aprender español? Ali me traduce: ellas, en frases más cortas,
apuntan a la comunicación; ellos resultan ser en su mayoría licenciados, que
con mucha más destreza, apuntan a sus estudios, su trabajo, la antigua colonia,
la cultura española... Siempre me sorprende el grado de vínculo que tienen con
un español que no quieren perder, frente a un francés que cada día les impone
el gobierno marroquí. Ali se indigna porque Sáhara nunca fue colonia francesa,
él habla español y quiere que sus hijos también lo hagan. Y aquí estoy. Creo.
Vaya reto, no sé de qué manera juntar a estas 20 personas en una misma clase,
10 y 10 a partes iguales, sentados tan cerca y en mi primera impresión, tan
lejos. Decido acabar la clase ya, solo con las presentaciones es suficiente por
hoy. Mañana reestructuro, releo y replanteo. Y busco una fotocopiadora (y
pruebo el disco duro donde, además de pelis, tenía material para las clases...
Pero no existe el problema, existe la solución. O “ma kein mushkil”, como dicen por aquí).
Salka, Mariam y la
mujer de Ali, que se llama Rab`a, también están entre los pupitres. Las mujeres
saharauis son maravillosas, matriarcas, especiales y siempre siempre envueltas
en colores.
…..
Igual que decidí
quitarme el reloj, he decidido dejar de preocuparme por la comida. No porque no
tenga y pase hambre, si no por todo lo contrario. Llevo tres días comiendo por
el día... y por la noche. Por el día porque no quieren que yo me vea obligada a
hacer ayuno; por la noche porque es cuando me invitan a cenar con ellos.
Desayuno, afortunadamente, solo con un café porque es el momento menos social
de mi día. Como, normalmente con Mariam. Ceno en casa de Ali los banquetes que
Rab'a prepara. Y... Re-ceno a las 2 o a las 3 de la mañana. No vale decir que
no tienes hambre, que normalmente no comes tanto por las noches, que estás
comiendo por ti y por todos tus compañeros. No vale, no. Porque si consideran
que has comido poco, el siguiente paso es que te dan ellos mismos lo que opinan
que deberías comer, te lo separan, te lo dan en la mano, te llenan varios vasos
de zumo y... te lo comes, no hay otra. Así que he decidido tener otra
filosofía, escaquearme cuando puedo y asumir cuando el resto del plan falla. La
comida, igual que para mis abuelos, es para ellos algo de lo más importante que
tienen y sentarte a su mesa, a su lado como una más, es un regalo que sé que me
hacen y estoy bien decidida a no perderme nada de nada.
Las re-cenas las
hago con Salka, en la fábrica; el otro día estuvo con nosotras su hermano,
otros días Mariam y, anoche, Abdullah, el hijo de Ali. Aprendemos las dos a
entendernos, a veces recurrimos a los diccionarios y nos reímos las más de las
veces de nuestra mutua incomprensión. Ya me está empezando a dejar hacer cosas:
fregar, encender el fuego,... nada del otro mundo. Pero aquí tienes que
demostrar una mil veces que no eres una inútil occidental, aunque mis padres no
me enseñaran a ser ama de casa. De hecho, una de las primeras preguntas que me
hizo Rab'a fue si sabía cocinar... Yo me lo inventé, claro. Si ellos
supieran...
Anoche Salka y yo
compartimos confesiones: ella estaba hablando con su novio, su habibi, por
teléfono, porque él vive en Casablanca. Y después me contó: es una especie de
historia a lo Romeo y Julieta, entre un policía marroquí y una saharaui, ahí es
nada. Cosa que, obviamente, la familia de ella no admite. Le estuve
preguntando, ella me contestaba en árabe y... yo no entendía gran parte de la
historia pero no importaba, porque se le ponía en la cara esa sonrisa de oreja
a oreja, feliz y pletórica. Y para mí, eso era suficiente: disfrutaba viéndola,
viendo su mirada, hablando de él, compartiendo conmigo casi el mayor de los
secretos; al final, no importan tantos los detalles de la historia ¿no? Una vez
mas entender que la comunicación va mucho más allá de cualquier palabra.
Hay en el mundo un lenguaje que todos comprenden: es el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree.-Paulo Coelho
ResponderEliminarel lenguaje de las sonrisas ... y de las estrellas (que ya lo descubrimos hizo ayer 4 años) cuando dormimos en aquella duna.. magia donde tu quieras y con quien tu quieras.
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