Hoy, durante las
compras del día, Ali me ha dado una cocacola (ya sabe por dónde conquistarme)
y, cuando ha dicho que ojalá pudiera beberse una, le he dicho que me parecía
que Ramadán era demasiado largo. Me ha salido así, solo, como el comentario que
hubiera hecho cualquier niño. Y se ha reído. Solo quedan 12 días de ayunar por
el día, me dice. Que decirlo, se dice pronto, pero vivirlo... es otro
cantar. El mayor inconveniente de estos
días no es el hambre o la sed, que también; si no el no poder hacer nada
durante el día; su energía está bajo mínimos, así que pasan largas y largas
horas durmiendo por la mañana y por la tarde. Yo me mantengo en ayuno parcial y
eso hace que duerma a ratos, sí, pero intento dejar algo en la reserva para
disfrutar de mis lecturas, de mis no hacer nada y de mis meditaciones. Que para
eso, también hay que estar despierta, aunque sea soñando.
Sin duda creo que
30 días de ayuno en pleno agosto de millones y millones de personas, tienen que
dejar más que satisfechos a todos los dioses del universo.
Esta mañana en el
paseo por la ciudad, vi una Smara llena de militares (muchos, siempre hay, me
dice Ali, es una ciudad tomada por militares) y pasamos por los asentamientos
de colonos del norte, a los que el gobierno, además de pagarles todo, les da
una subvención mensual. Ya no sabemos quién viene del norte y quién no, me
cuenta; me fijo y veo las pintadas del RASD y las banderas del frente
polisario, como vi el primer día que llegué. Al final de todo se hace rutina,
hasta de una ocupación; hasta de asumir que tus vecinos están ahí porque
alguien les paga; hasta de ir a visitar a tu familia a Argelia porque allí se
quedaron, encerrados en el desierto. De todo se hace rutina. Y termina la
conversación diciéndome que es como si no pasara nada, pero siempre parece que
hay algo a punto de ocurrir.
No hay duda de que
el mejor momento del día es la clase de español. A parte de porque mi actividad
diurna es bastante reducida, y, a poco, cualquier cosa va a ser emocionante, me
encanta. Me encantan ellxs, me encanta que se rían. Hoy la clase estaba llena,
cada día viene más gente y vamos a hacer dos grupos, definitivamente: uno de 22.30 a 23.30 y el
siguiente hasta las 00.30; y tener grupos más pequeños, aumenta la eficacia de
las clases. Todo marcha bien; es “la semilla”, como dice Bachir. Felipe me ha
mandado desde Salamanca un documento para gestionar y elaborar proyectos
partiendo de una metodología participativa, que viene siendo una que implica la
participación de los beneficiarios en todas las fases (el no tener esto como
base, trae consigo el fracaso de muchos proyectos de cooperación
internacional). Estoy sumergiéndome en sus páginas y no pinta fácil (objetivo
general, específicos, resultados, factores externos, evaluaciones, entrevistas,
análisis del contexto...), pero espero ansiosa a Carmen para ponernos a ello.
Así que dentro de mi aparente letargo, mis neuronas andan dándole vueltas a
todo, a eso, a las lecturas, a las clases de español.
Mohamad me ha
preguntado si pongo deberes: practica la pronunciación, le he dicho. En esta
clase por el momento, no hay copias, ni huecos que rellenar, ni deberes, ni
torturas de ningún tipo con las que se cree que se aprende un idioma; no hay
presión, ni miedo: si quieres participar, genial. Y si no, tómate tu tiempo.
Siham, que me llama señorita, me ha pedido el facebook. Y Nura, una chica de 16
años de esas que siempre levantan la mano en clase para contestar todo, me ha
dado una flor al terminar, como el mayor de los tesoros, que sin duda es. Me
llenan de energía, de la que me falta durante el día. Todxs se van con una
enorme sonrisa y yo feliz, feliz.
(Hoy creo que sí
recenaré porque tenemos como invitada a la hermana de Salka, que está en la
clase, y entre palabras sueltas árabe-español chapurreando los ingredientes,
están preparando un buen banquete. La ocasión lo merece).
:)
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