sábado, 11 de agosto de 2012

De ramadán y semillas


Hoy, durante las compras del día, Ali me ha dado una cocacola (ya sabe por dónde conquistarme) y, cuando ha dicho que ojalá pudiera beberse una, le he dicho que me parecía que Ramadán era demasiado largo. Me ha salido así, solo, como el comentario que hubiera hecho cualquier niño. Y se ha reído. Solo quedan 12 días de ayunar por el día, me dice. Que decirlo, se dice pronto, pero vivirlo... es otro cantar.  El mayor inconveniente de estos días no es el hambre o la sed, que también; si no el no poder hacer nada durante el día; su energía está bajo mínimos, así que pasan largas y largas horas durmiendo por la mañana y por la tarde. Yo me mantengo en ayuno parcial y eso hace que duerma a ratos, sí, pero intento dejar algo en la reserva para disfrutar de mis lecturas, de mis no hacer nada y de mis meditaciones. Que para eso, también hay que estar despierta, aunque sea soñando.

Sin duda creo que 30 días de ayuno en pleno agosto de millones y millones de personas, tienen que dejar más que satisfechos a todos los dioses del universo.

Esta mañana en el paseo por la ciudad, vi una Smara llena de militares (muchos, siempre hay, me dice Ali, es una ciudad tomada por militares) y pasamos por los asentamientos de colonos del norte, a los que el gobierno, además de pagarles todo, les da una subvención mensual. Ya no sabemos quién viene del norte y quién no, me cuenta; me fijo y veo las pintadas del RASD y las banderas del frente polisario, como vi el primer día que llegué. Al final de todo se hace rutina, hasta de una ocupación; hasta de asumir que tus vecinos están ahí porque alguien les paga; hasta de ir a visitar a tu familia a Argelia porque allí se quedaron, encerrados en el desierto. De todo se hace rutina. Y termina la conversación diciéndome que es como si no pasara nada, pero siempre parece que hay algo a punto de ocurrir.

No hay duda de que el mejor momento del día es la clase de español. A parte de porque mi actividad diurna es bastante reducida, y, a poco, cualquier cosa va a ser emocionante, me encanta. Me encantan ellxs, me encanta que se rían. Hoy la clase estaba llena, cada día viene más gente y vamos a hacer dos grupos, definitivamente: uno de 22.30 a 23.30 y el siguiente hasta las 00.30; y tener grupos más pequeños, aumenta la eficacia de las clases. Todo marcha bien; es “la semilla”, como dice Bachir. Felipe me ha mandado desde Salamanca un documento para gestionar y elaborar proyectos partiendo de una metodología participativa, que viene siendo una que implica la participación de los beneficiarios en todas las fases (el no tener esto como base, trae consigo el fracaso de muchos proyectos de cooperación internacional). Estoy sumergiéndome en sus páginas y no pinta fácil (objetivo general, específicos, resultados, factores externos, evaluaciones, entrevistas, análisis del contexto...), pero espero ansiosa a Carmen para ponernos a ello. Así que dentro de mi aparente letargo, mis neuronas andan dándole vueltas a todo, a eso, a las lecturas, a las clases de español.

Mohamad me ha preguntado si pongo deberes: practica la pronunciación, le he dicho. En esta clase por el momento, no hay copias, ni huecos que rellenar, ni deberes, ni torturas de ningún tipo con las que se cree que se aprende un idioma; no hay presión, ni miedo: si quieres participar, genial. Y si no, tómate tu tiempo. Siham, que me llama señorita, me ha pedido el facebook. Y Nura, una chica de 16 años de esas que siempre levantan la mano en clase para contestar todo, me ha dado una flor al terminar, como el mayor de los tesoros, que sin duda es. Me llenan de energía, de la que me falta durante el día. Todxs se van con una enorme sonrisa y yo feliz, feliz.

(Hoy creo que sí recenaré porque tenemos como invitada a la hermana de Salka, que está en la clase, y entre palabras sueltas árabe-español chapurreando los ingredientes, están preparando un buen banquete. La ocasión lo merece).

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