sábado, 25 de agosto de 2012

De qué hacer cuando no hay nada que hacer


No es la primera vez que nos lo dicen: en Smara no hay nada que hacer. Quizá ahora encontramos a gente porque han venido por Ramadán, porque en agosto hay vacaciones. Pero en unos días, todo el mundo irá a Rabat, El Aaiún, Agadir, Marraquech,... huyendo, literalmente huyendo, de la desidia de esta ciudad. Ayer, los del grupo avanzado, nos dijeron que llevan seis años aprendiendo español porque tampoco tienen mucho más que hacer; y me asombra porque tienen un dominio perfecto de una lengua con la que jamás han convivido: el profesor de la academia privada es marroquí, nunca han viajado a España, aunque todos querrían hacerlo. Pero hablan por los codos.

Cuando les preguntamos que hacen aquí en Smara, siempre es la misma respuesta: comer y dormir. No hay cine, teatro, ni parques, ni playa, ni sitios a dónde ir ni cosas que hacer. Hay una piscina, pero está cerrada. Cuando no comes y duermes, vas a la mezquita y si no, ves la tele en casa. Hay bares, eso sí, muchos bares... a los que solo pueden ir los hombres (y Carmen y yo, claro; para nosotras no funcionan las mismas reglas). Para las mujeres lo único que no es vergonzoso (tal cual nos lo contaban) es ir a una pastelería, de esas en las que luego te puedes tomar un zumo dentro.

Occidente está lleno de ocio: no te puedes aburrir, de hecho... ¡qué feo parece aburrirse y qué largos se nos hacen los domingos sin planes! Pasamos el tiempo haciendo cosas, consumiendo cosas, sin pensar en exceso. En Etiopía tuve la misma reflexión: una vez que terminas tu jornada, solo te sientas a esperar que termine el día y vuelta a empezar. Pero esto no es Etiopía: el norte de Marruecos está más desarrollado, hay turismo, estudian, trabajan, viajan, tienen móviles táctiles con internet. Y se frustran. Ayer decía una de ellas: si tienes trabajo aquí, pasas tu tiempo en él; si no lo tienes, solo pasas tu tiempo hasta el día siguiente. Para muchos venir aquí es como para nosotros ir al pueblo... Solo que rozando los 50º.

Daidda nos cuenta que eso también está generando un problema de alcoholismo en la población (pero ssssshhh... que Allah no se entere), porque nadie tiene nada mucho mejor que hacer. Daidda sigue soñando con el turismo que va a traer hasta Sáhara Occidental cuando tenga su licencia de guía (y dinero, pero claro, para eso necesita un trabajo... y entonces empieza el círculo vicioso de quien no encuentra una salida). Dice que estuvo sin presentarse a una misma asignatura de su carrera durante años, por prolongar su estancia en Agadir, porque le daba terror volver a Smara (y está aquí ahora porque no pasar Ramadán en familia es como no volver a casa por navidad).

Lxs niñxs se aburren. Mucho. Tampoco nadie hace nada con ellxs: algunos juegan en las pistas de fútbol, otros hay en los recreativos (niños, todos; las niñas es otro cantar). Todxs se pasean por el zoco, se sientan en las aceras, se toman un helado (rápido; antes de que se derrita). Daidda dice que le gustaría hacer cosas para los niños. En verdad, a todxs les gustaría cambiar la rutina, darle más emoción a los días, tener cosas que hacer... Y nosotras, quizá con mucha ingenuidad, les decimos que entonces, hagan algo.

Pero, no es tan fácil no. Smara es muy conservadora, todo el mundo sabe qué hace el resto, quién está con quién, dónde va cada unx... Como en provincias, vaya. A lo que añades, además, que si eres mujer aún tienes menos posibilidades de hacer cosas. Para variar.

Los cambios no son fáciles, pero son posibles. Como siempre ha pasado y pasará. Poco a poco y sin miedo, pero ¿cómo hacerlo desde la represión, desde una religión que domina todo, con la mitad de la población anulada? Cambiándonos nosotrxs mismxs, quizá, sea un buen comienzo: creyéndonos que podemos ser el cambio. Quizá, en algún momento, aquí también crean en el cambio y en que, ya ves, las cosas no siempre tienen que ser como dios manda. 

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